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Rosario Imagina

Trabajo de investigación preparado para un seminario de posgrado, que refleja el umbral de los noventa. (Material inédito)

Cali Esquivel | Lic. en Artes Visuales y Arquitecto
12-oct-2004

Propuestas. La Huella

LA HUELLA

Lo que es y está no puede prescindir de un tiempo y un espacio; y es allí donde dejan su marca el haber sido y el haber estado. El interpretar una huella nos demanda entender, recordar. Como dato, seguirá a pesar de nuestra indiferencia, no obstante se desvanezca; siempre queda algo: la huella como testimonio. Superficie de ausencias imprescindibles para la instauración del misterio.


Rastros visibles
Las calles de la ciudad y en ese contacto de mirar el suelo, nos proporcionan situaciones que en lo cotidiano no se advierten, texturas variadas y diferentes equipamientos urbanos: rejillas de desagües, tapas de servicios de infraestructura que permanecen ocultas, almacenadas, cada uno con su identidad formal. Ellos nos sumergen en un secreto que intuimos: el "latido de la urbe".

Los iconos están a la vista -verdaderos vientres urbanos- tapando redes de conexiones que nos vinculan los unos a los otros.

Hugo Cava, mediante el calco de impresiones callejeras, con técnica del grabado y directamente desde el lugar entinta el objeto cuidadosamente seleccionado.

Son obras: aquella del registro redondo y simple, con la regularidad de líneas concéntricas, convergentes en una centralidad marcada por las iniciales de obras sanitarias, y la otra propuesta, las huellas espontáneas y anónimas; son signos: de una palabra oculta e invertida, la presencia de un esqueleto estructural -remite a vértebra- y el registro de una pisada que se detiene en su andar. Espacio que fluctúa: atmósfera difusa de contornos imprecisos, cuyo límite lo contiene precariamente una cinta adhesiva que actúa como borde, superpuesto sobre un fondo negro que recorta la señal.

Es analogía, una coincidencia de lo urbano y lo humano, entre ausencias y presencias. El rastreo de la huella es la marca visible de la vital existencia, que palpita, y la urbe secretamente esconde.


Amar. Temer. Partir.
El lugar, el día y hora fue señalado. Hace frío ese final del día; es el anochecer. A cielo abierto, en el desolado parque se abrió una zanja para plantar un "retoño" de ceibo, cuya flor es el símbolo nacional.

La acción fue una ceremonia inaugural, con público presente. Se inició el acto con la simultaneidad de plantar el arbolito y la lectura del significativo texto, proporcionando el marco referencial de la performance:

Amar.
Temer.
Partir.

Pero cuando la experiencia se ordena en torno a nociones tan frágiles como la identidad y la historia, partir no es parto, sino partirse.
El barco surca el océano, y un golpe del oleaje borra las letras de tu nombre, garrapateadas en la proa.
Y la marejada te arroja, náufrago y anónimo, a una playa extranjera, donde ese zumbar de moscas de esmeralda no puede ser, nunca será, un lenguaje.

La utopía siempre estuvo en otra parte.
La utopía, ese sueño que como un vacío aspirante arrastra al soñador a las rocas en las que encalla, contra las que su rostro se quiebra para siempre. Porque una vez traspasada la frontera entre el sueño y la vigilia, el sueño se hace realidad, y como tal, se torna insoportable.
Pero los soñadores insisten: huyen a tientas en un viaje sin retorno. Para ellos fueron las Indias, Eldorado, América. Para nosotros, nacidos en alguna parte al costado del mundo, todo aquello que esté más allá del horizonte: el planeta. El mundo. Nos corroe la nostalgia del mundo.
Y no vamos, y nos volvemos fantasmas sin morir.

Fantasía apocalíptica del "que se vayan todos", de que no quede ninguno para regar el árbol. O de que me dejen sola, única habitante de esta tierra, estaqueada a unas míseras raíces, maquinalmente repetida en el rito diario de regar el árbol y sentarme a su sombra a tomar mate , esperando esas cartas que jamás llegarán. Las cartas de los otros, los queridos fantasmas, los que envían noticias del mundo.
O despertar un día Oreille Antoine, el loco déspota que sólo reinaba sobre el viento. Y dinamitar la Patagonia, sólo para creer por un instante que el estrépito del roquedal en estampida es el coro de las voces perdidas de mi lengua.

Irse: para qué. Quedarse: para qué. O quedar boyando a mitad de camino, sin terminar de despertar jamás del sueño, un sueño tan inútil como cualquier acción.
Pero despertar sería nacer, y haber nacido se torna insoportable. Cada vez más insoportable.
Irse: a dónde, quedarse: en qué pisoteado, manoseado, y encallecido por la costumbre, lugar.

"Estoy estando, estoy estando estando, estuve estando, estuve estando estando.
¿Estoy estando? ¿Estoy estando? ¿Estuve estando? ¿En qué mundos?" (*)


Texto de Beatriz Vignoli



La huella quedará en la memoria de los espectadores, de ello se encargará el emplazamiento in situ de una placa recordatoria: "Recuerdo de Argentina". Grupo Rozarte.(4)

Y las palabras, las repetidas palabras, hoy desaparecidas: "Si puede quedarse, riéguelo".




(4) Integrantes Grupo Rozarte: Xil Buffone, Hugo Cava, Gabriela Gabelich, Gabriela Aloras, Marcela Catáneo, Raúl D'Amelio, Ruth Boselli, Marta Dunster, Verónica Serra, Aurelio García, Cesar Baracca, Oscar Vega, Pancho Vignolo, Víctor Gómez, Beatriz Vignoli y Miguel Passerini.





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