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La Música en Argentina (Parte I)

Contrariamente a lo que el común de la gente pueda llegar a pensar, en referencia al atraso político/económico/cultural que acarrea la Argentina desde su conformación como país la Música ha estado presente desde siempre.

Marisol Gentile | Directora y Compositora
17-may-2009

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Contrariamente a lo que el común de la gente pueda llegar a pensar, en referencia al atraso político/económico/cultural que acarrea la Argentina desde su conformación como país - y esto se comprueba a la vista de los recientes estudios, en donde los historiadores han descubierto muchísimas situaciones del pasado que nos hacen entender nuestro presente-, la Música -sin embargo, y como manifestación artística, cultural y social- ha estado presente desde siempre: de hecho, las manifestaciones musicales datan desde el preciso instante en que el Hombre es Hombre, ya sea éste americano, europeo o asiático.

Por lo tanto, mucho hay por decir sobre la música en nuestro país, partiendo por ejemplo desde la época de las Misiones Jesuíticas, cuya sede podría situarse en lo que es hoy la actual provincia de Córdoba.

Es sabido que la música fue utilizada desde su origen en el culto religioso: era un adorno precioso en las ceremonias, una ofrenda del Hombre a su Dios, y por tal, toda celebración religiosa debía estar acompañada por ella.

Y en esta época, nos encontramos particularmente con procesiones cuyo especial interés se centraba en las fiestas del Corpus Christi, siendo éstas las manifestaciones musicales más remarcables de la llamada Córdoba del Tucumán, allá por el año 1700.

Es que por ese entonces, la Compañía de Jesús sostenía, en el Colegio máximo de esta ciudad, un conjunto de negros músicos, que eran esclavos al servicio de la Iglesia o de señores pudientes que pudieran costearlos. Estos jóvenes mulatos participaban tanto de las actividades propias del Colegio como de las celebraciones religiosas de la Iglesia de la Compañía a la cual pertenecían.

Y estas fiestas procesionales eran verdaderamente fastuosas, ostentando un despliegue asombroso de gigantes danzantes, músicos instrumentistas, desfiles de los miembros de las distintas cofradías con cruces, pendones e incensarios, y tantas cosas más, todos ellos custodiando la sagrada forma de la Hostia Consagrada. Esta Gran Fiesta de Dios era un verdadero derroche de sonidos, colores, aromas y movimientos.

Muchos musicólogos han dedicado y dedican años de estudio a este período, conocido como Barroco Latinoamericano, tal vez advirtiendo que -desde el momento en que la imposición y la violencia irrumpieron en América, en forma totalmente avasallante-, se creó un nexo entre Europa y América Latina, que lamentablemente estuvo siempre basado en la supremacía del más fuerte.

Pero dejemos en manos de los expertos este tema tan controversial: seguramente un lector interesado podrá ahondar en detalles investigando sobre este período, con la certeza que encontrará suficiente material como para acallar todas sus dudas.
Prefiero continuar adelante en la historia de la evolución de la música en nuestro suelo, tomando para ello como punto de partida el año 1852, fecha por demás de importante en nuestro país, pues es cuando entra en vigencia nuestra Constitución Nacional -que se establece en el año 1853- junto con la codificación y promoción de la Legislación Nacional.


Entre los años 1852 y hasta 1910, aproximadamente, la Argentina experimentó -desde el punto de vista musical- la incorporación de elementos del romanticismo europeo. A partir de 1852 y durante varios años, la actividad musical propiamente dicha giró en torno a dos focos principales: la ópera y la música vocal e instrumental de cámara.


Sorprendentemente a cualquier otra época en el país, la frecuencia de los espectáculos operísticos era increíble, llegando a tal magnitud, que Buenos Aires se constituyó en una plaza de importancia capital en las actividades operísticas internacionales: pocas ciudades en el mundo han registrado la simultaneidad de temporadas líricas tal como se ha verificado en Buenos Aires en diversas oportunidades, a veces durante años sucesivos, ofreciendo óperas cuyo estreno era a veces a escasísima distancia (meses, en algunos casos) del estreno europeo.

Por citar algunos datos interesantes: la primera ópera completa ofrecida en Buenos Aires fue "El barbero de Sevilla", en el año 1825, siguiéndole en 1902 la primera versión de la Novena Sinfonía de Beethoven. En 1906, por su parte, se estrenó "L'après-midi d'un Faune" de Debussy, mientras que "Muerte y Transfiguración" de Strauss se escuchó por primera vez en 1907.

Coexistían así el teatro lírico, la música de salón y -con menor frecuencia- sesiones de conciertos vocales e instrumentales, y ya a partir del último cuarto del siglo XIX se ha de establecer la música de cámara (con el repertorio clásico de tríos, cuartetos, y quintetos), el pianismo de los grandes maestros y los conciertos sinfónicos.

Y es por esta época, entonces, donde hay un total y verdadero despertar musical. Aparecen los grandes festivales camarísticos, con solistas tales como Segismundo Thalberg, Louis Moreau Gottschalk, Ernesto Drangosch, Clementino del Ponte, Alberto Bussmayer, Ricardo Mulder, Alfredo Napoleón, Eduardo Aromatari, Gustavo Lewita, Pedro Beek y José Vianna de Mota, todos ellos solistas al piano, entre otros; y Gaetano Gaito, Pablo de Sarasate y Ferruccio Cattelani, destacados intérpretes en violín.

En cuanto a las agrupaciones camarísticas, aparece en 1876 la "Sociedad del Cuarteto" y la "Sociedad Orquestal Bonaerense"; en 1897 el "Cuarteto de Buenos Aires" y un poco más tarde se constituyó el "Cuarteto del Conservatorio Argentino"; en 1907, el "Cuarteto Santa Cecilia" y el "Cuarteto Thibaud - Piazzini"; y desde 1907, el "Cuarteto Castellani".


Hacia 1880 aparece en la sociedad argentina una concepción más sistematizada del orden institucional, de la economía y de la política educacional.

El impacto inmigratorio producido por grandes contingentes humanos modificó las condiciones del país y necesariamente, su composición demográfica, y por tal, se incrementan los medios de comunicación y se incorporan obras de ingeniería de fundamental importancia, tales como puertos, diques, ferrocarriles y telégrafos, así como también, la erección de imponentes edificios.

Todo este gran proceso culmina en los alrededores del año 1910.

La última década del siglo XIX presencia en Buenos Aires la sucesiva y rápida erección de conservatorios y la creciente demanda de profesores de música.


En la próxima, seguiré hablando sobre los maestros educadores de música y de la paulatina eclosión de la sinfonía y el poema sinfónico de inspiración étnica (que ha de establecer el nacionalismo musical), para concluir con apuntes de la realidad musical del Siglo XX y XXI. RosariARTE Contenidos. Fin de la nota.




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