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Contrariamente a lo que el común de la gente pueda llegar a pensar, en 
referencia al atraso político/económico/cultural que acarrea la Argentina 
desde su conformación como país - y esto se comprueba a la vista de los 
recientes estudios, en donde los historiadores han descubierto muchísimas 
situaciones del pasado que nos hacen entender nuestro presente-, la Música 
-sin embargo, y como manifestación artística, cultural y social- ha estado 
presente desde siempre: de hecho, las manifestaciones musicales datan desde 
el preciso instante en que el Hombre es Hombre, ya sea éste americano, 
europeo o asiático.
Por lo tanto, mucho hay por decir sobre la música en nuestro país, 
partiendo por ejemplo desde la época de las 
Misiones Jesuíticas, cuya sede 
podría situarse en lo que es hoy la actual provincia de Córdoba.
Es sabido que la música fue utilizada desde su origen en el culto 
religioso: era un adorno precioso en las ceremonias, una ofrenda del Hombre 
a su Dios, y por tal,  toda celebración religiosa debía estar acompañada 
por ella.
Y en esta época, nos encontramos particularmente con procesiones cuyo 
especial interés se centraba en las fiestas del Corpus Christi, siendo 
éstas las manifestaciones musicales más remarcables de la llamada Córdoba 
del Tucumán, allá por el año 1700.
Es que por ese entonces, la 
Compañía de Jesús sostenía, en el Colegio 
máximo de esta ciudad, un conjunto de negros músicos, que eran esclavos al 
servicio de la Iglesia o de señores pudientes que pudieran costearlos. 
Estos jóvenes mulatos participaban tanto de las actividades propias del 
Colegio como de las celebraciones religiosas de la Iglesia de la Compañía a 
la cual pertenecían.
Y estas fiestas procesionales eran verdaderamente fastuosas, ostentando un 
despliegue asombroso de gigantes danzantes, músicos instrumentistas, 
desfiles de los miembros de las distintas cofradías con cruces, pendones e 
incensarios, y tantas cosas más, todos ellos custodiando la sagrada forma 
de la Hostia Consagrada. Esta Gran Fiesta de Dios era un verdadero derroche 
de sonidos, colores, aromas y movimientos.
Muchos musicólogos han dedicado y dedican años de estudio a este período, 
conocido como Barroco Latinoamericano, tal vez advirtiendo que -desde el 
momento en que la imposición y la violencia irrumpieron en América, en 
forma totalmente avasallante-, se creó un nexo entre Europa y América 
Latina, que lamentablemente estuvo siempre basado en la supremacía del más 
fuerte.
Pero dejemos en manos de los expertos este tema tan controversial: 
seguramente un lector interesado podrá ahondar en detalles investigando 
sobre este período, con la certeza que encontrará suficiente material como 
para acallar todas sus dudas. 
Prefiero continuar adelante en la historia de la evolución de la música en 
nuestro suelo, tomando para ello como punto de partida el año 1852, fecha 
por demás de importante en nuestro país, pues es cuando entra en vigencia 
nuestra Constitución Nacional -que se establece en el año 1853- junto con 
la codificación y promoción de la Legislación Nacional.
Entre los años 1852 y hasta 1910, aproximadamente, la Argentina experimentó 
-desde el punto de vista musical- la incorporación de elementos del 
romanticismo europeo. A partir de 1852 y durante varios años, la actividad 
musical propiamente dicha giró en torno a dos focos principales: la ópera y 
la música vocal e instrumental de cámara.
Sorprendentemente a cualquier otra época en el país,  la frecuencia de los 
espectáculos operísticos era increíble, llegando a tal magnitud, que Buenos 
Aires se constituyó en una plaza de importancia capital en las actividades 
operísticas internacionales: pocas ciudades en el mundo han registrado la 
simultaneidad de temporadas líricas tal como se ha verificado en Buenos 
Aires en diversas oportunidades, a veces durante años sucesivos, ofreciendo 
óperas cuyo estreno era a veces a escasísima distancia (meses, en algunos 
casos) del estreno europeo. 
Por citar algunos datos interesantes: la primera ópera completa ofrecida en 
Buenos Aires fue "
El barbero de Sevilla", en el año 1825, siguiéndole en 
1902 la primera versión de la  
Novena Sinfonía de Beethoven. En 1906, por 
su parte, se estrenó "
L'après-midi d'un Faune" de 
Debussy, mientras que 
"
Muerte y Transfiguración" de 
Strauss se escuchó por primera vez en 1907. 
Coexistían así el teatro lírico, la música de salón y -con menor 
frecuencia- sesiones de conciertos vocales e instrumentales, y ya a partir 
del último cuarto del siglo XIX se ha de establecer la música de cámara 
(con el repertorio clásico de tríos, cuartetos, y quintetos), el pianismo 
de los grandes maestros y los conciertos sinfónicos. 
Y es por esta época, entonces, donde hay un total y verdadero despertar 
musical. Aparecen los grandes festivales camarísticos, con solistas tales 
como Segismundo Thalberg, Louis Moreau Gottschalk, Ernesto Drangosch, 
Clementino del Ponte, Alberto Bussmayer, Ricardo Mulder, Alfredo Napoleón, 
Eduardo Aromatari, Gustavo Lewita, Pedro Beek y José Vianna de Mota, todos 
ellos solistas al piano, entre otros; y Gaetano Gaito, Pablo de Sarasate y 
Ferruccio Cattelani, destacados intérpretes en violín.
En cuanto a las agrupaciones camarísticas, aparece en 1876 la 
"
Sociedad del Cuarteto" y la "
Sociedad Orquestal Bonaerense"; en 1897 el 
"
Cuarteto de Buenos Aires" y un poco más tarde se constituyó  el 
"
Cuarteto del Conservatorio Argentino"; en 1907, el  "
Cuarteto Santa Cecilia" y el 
"
Cuarteto Thibaud - Piazzini"; y desde 1907, el "
Cuarteto Castellani".
Hacia 1880 aparece en la sociedad argentina una concepción más 
sistematizada del orden institucional, de la economía y de la política 
educacional. 
El impacto inmigratorio producido por grandes contingentes humanos modificó 
las condiciones del país y necesariamente, su composición demográfica, y 
por tal, se incrementan los medios de comunicación y se incorporan obras de 
ingeniería de fundamental importancia, tales como puertos, diques, 
ferrocarriles y telégrafos, así como también, la erección de imponentes 
edificios. 
Todo este gran proceso culmina en los alrededores del año 1910. 
La última década del siglo XIX presencia en Buenos Aires la sucesiva y 
rápida erección de conservatorios y la creciente demanda de profesores de 
música.
En la próxima, seguiré hablando sobre los maestros educadores de música y 
de la paulatina eclosión de la sinfonía y el poema sinfónico de inspiración 
étnica (que ha de establecer el nacionalismo musical), para concluir con 
apuntes de la realidad musical del Siglo XX y XXI.
